20 junio, 2006

Cap. 5: CARÁMBANOS

Esta vez decidí no acudir al Pulpo, al Pulpo displicente y maniático, y resolver las cosas a mi modo. Saqué mi libreta. Reflexioné. Anoté: "Aquí comienza la Vida Nueva". Me detuve. Lindo. Original. Pero no lo suficientemente preciso. Taché. Escribí: "Planificamiento/ación de Estrategias y/o del Resto de Mi Vida/Existencia/Sonambulismo." Taché. Escribí: "Itemización de prioridades vitales." Releí. Nada mal, nada mal. Taché. Escribí: "Lista". Mejor. Y después:

Punto 1: Averiguar quiénes son los visitantes de anoche. [Ver capítulo anterior]
Punto 2: ...

No pude pensar en nada más.

Pasos a seguir:
1ero: Hacer un blog para despistarlos, para ganar tiempo.
2ndo: No hablar con el Pulpo. Bajo ningún concepto. No confiable. Jamás.

En ese momento sonó el teléfono. Atendí:
"Estoy desesperado "—(la voz del Pulpo)—"Al borde del colapso, del abismo mismo..."
Su tono derrotado me ablandó. Un amigo... en apuros... ya se sabe... y yo no pude más que...
"Bueno, calma, respirá hondo", le dije. "Llamo a los médicos... Voy para allá... No hagas una locura... ¿Tan mal estás?"
"No. Mentira. Pero quiero mirar la tele y Zenón no aparece..."

(Zenón es el hamster del Pulpo, de quien depende la electricidad de la casa. Es decir, el hamster corre en una rueda tratando de alcanzar la semilla de girasol, y este movimiento, por medio de dispositivos y cableados minuciosos, suministra la preciosa energía que ilumina los quehaceres y desquehaceres del Pulpo. Mejor sería dejar todo a oscuras, dirán, pero es su vida, e igualmente ya expliqué todo esto en el capítulo tercero, que todo el mundo debería consultar. Ahora, yo no quiero digredir, porque a mí me enseñaron que la digresión es cosa fea, pero me gustaría decir..., un momento..., me gustaría decir que no puedo estar permanentemente explicando cosas que ya expliqué en capítulos anteriores, porque si yo tuviese que interrumpir a cada rato el hilo de la historia sería una cosa de nunca acabar, y a pesar de que yo entiendo que la gente lee blogs como y por donde se le antoja, sería mejor y muy apreciado que todos los lectores que nos van a estar siguiendo, digamos, de acá a tres años —unos 300.000 aproximadamente, según el Pulpo — se pusiesen de acuerdo y empezaran a leer desde ahora, así ya no harán falta más notas, ni referencias a capítulos ni actos anteriores, y todos podremos enfocar nuestra atención exclusivamente en los hechos narrados y su decurso, como corresponde, y no andar interrumpiendo, ni digrediendo, o digresionando, que es una cosa espantosa, antiética y espuria, costumbre de malos escritores y, según mi agente literario, para nada comercial, porque dispersa la atención del lector, él sabrá, por algo vive de eso, aunque también dice que el sistema editorial no da para más, y que el auto que se compró al final es una porquería y que mejor sería tener un dromedario, que no consume nafta y come cualquier cosa que logra arrebatarle a los niñitos, pero sobre todo que hay que evitar la digresión como se evitan las deudas, el cólera y las ex-parejas, porque si no se va todo al muere, al mismísimo demonio, por lo que nunca, nunca, nunca hay que digredir—yo recuerdo una mañana de invierno, en mi tierna edad —era sábado, hacía frío, desde la ventana podía ver los carámbanos cristalizados en las canaletas y los techos de las casas vecinas, destilando la luz hacia el vidrio helado y haciéndola brillar en círculos contra el azul silencioso del cielo, los carámbanos dije, esos pedacitos de hielo puntiagudo, colgados de ramas, tejas y barandas como pequeños murciélagos transparentes, y que, al producirse ciertas variaciones ascendentes en la temperatura atmosférica, empiezan a derretirse y generalmente le dejan caer a uno una gota justo en la nuca, enfriándole los pensamientos y dándonos un justificativo para detestar el mundo —como si faltaran— podría proveerles una lista de justificativos, yo, más larga que la guía telefónica — y no sólo los carámbanos, ¡Los Polos!, así como lo oyen, me dicen que los Polos también se están derritiendo ¡No es un invento! — y ese sería el menor de los problemas — podría explicarles perfectamente por qué es el menor de los problemas, no son argumentos los que me faltan, no, no, no, pero no quiero irme por las ramas, cada cosa en su momento — porque aquel día de invierno, en los años tiernos de mi infancia — la infancia termina a eso de los 11, 12 años... 13 para algunos... 14 en mi caso — aquel día de invierno ningún temor por el derretimiento de los carámbanos podía turbarme, y estaba disfrutando de la claridad adormecida que entraba por la ventana, y de la congregación de mantas sobre mi cuerpo, cuando entró mi padre, sosteniendo en sus manos afiladas uno de mis cuadernos del colegio.
"¿Qué significa esto?", preguntó.
Yo levanté los hombros en señal universal de incomprensión. ¡Paf! En la cabeza, con el revés del cuaderno.
"Repito...", dice manteniendo su tono tranquilo y correcto.
(Debo aclarar que para mi padre el castigo físico no era un castigo en sí, sino un método de enseñanza, y que aplastarme los dedos en la puerta, o colgarme de los pies en pinos estrictos y pinchudos, eran artificios que aplicaba sin ninguna especie de resentimiento personal y con una calma y un razonamiento ejemplares. Quería resaltar eso. Le debo mucho a mi padre.)
"¿Qué significa esto?", insiste.
"No sé", digo. ¡Paf! El cuaderno era rojo, cuadriculado y de tapas duras, forradas con ilustraciones de la guerra de la Triple Alianza. (Siempre hay alguien que necesita detalles).
"¿Qué significa esto?", repite, con su voz calma y amable.
"Nada", contesto. ¡Paf! Anillos de metal tenía, también, el cuaderno.
"Esto..." Fíjense cómo mi padre abrevia lúcidamente la pregunta, porque ya adivina que yo empiezo a entender de qué se trata la cosa. Gran jugador de ajedrez, mi padre.
¡Paf! Esa fue porque tardé en contestar. Era un cuaderno precioso... Si lo hubiesen visto...
"3 en Matemática..., 2 en Dibujo...", enumeró.
Empecé a excusarme, a explicar que la maestra de Matemática no me quería, que la de Dibujo era una vieja feísima, la de Literatura una comunista —era otra época, se entiende, me agarraba a cualquier posibilidad—, el de historia un cocalero, y que... Mi padre me detuvo.
"No digreda", dijo, levantando un dedo.
"Pero... yo...".
"Es muy feo digredir. Cosa de ateos. A ver, conjúgueme el verbo 'digredir'".
"Yo... dig... gredo... Tú digredes... El digrede...", (fui tomando impulso), "Nosotros digredimos... Ustedes digresian... digreden... Ellos digreden..." Bastante bien, creo.
"Y en la Península Ibérica...", insistió mi padre, fiel a su ideal pedagógico. "¿Cómo dirían en la Península Ibérica?"
Yo no sabía qué era una península. Mucho menos una ibérica... Mi padre mostró clemencia. Me ayudó un poco:
"Vosotros... di-gre...
"¿-déis?..."
"-di-is... ¿Está claro? Entoces, ¿qué hemos aprendido hoy?"
No me animé a contestar.
"Que digredir", sentenció mi padre, "es una falta de respeto".
Y para que no olvidara la lección, me pinchó la pierna con un alfiler. Desde entonces aprendí a no digredir.)

"Zenón no aparece...", dice el Pulpo [Zenón es el hamster del Pulpo, no sé si lo dije]. "Puse lechuguitas por todos lados... y nada... ¿No se da cuenta, el ingrato, de cuánto lo quiero? Lo llamo... ¡Zenón! ¡Zenón!... y no contesta... Voy a probar con veneno. ¿Debería probar con veneno?"
"No hagas nada. Quedate en paz", le dije. "Voy a tu casa y te ayudo a buscarlo. ¿Está bien?".
"No... no hace falta... dejá... para qué... todo es en vano... ¿A qué hora venís?"
"En cuanto pueda, Pulpini. No sé, en un rato."
"¿Antes no podés?"
"Es que tengo que trabajar, Pulpo. Yo trabajo ¿sabés? Así que me voy a hacer una escapada, en algún momento, sólo para darte una mano. ¿Está bien? ¿Es suficiente? ¿Pulpo? ¿Estás ahí?"
Sólo el tono vacío del teléfono. Parecía que había estado hablando solo.

Me calzé los botines, agarré mi mochila, y salí hacia el amplio día inabarcable. ¿Qué destino sorpresivo, qué nuevas aventuras me traería?...
Para empezar, ni bien cerré la puerta descubrí que me había dejado las llaves adentro de casa. De pronto adiviné que la jornada sería larga... y el retorno más largo aun, largo y penoso...

(continuará...)