29 noviembre, 2006

Cap. 8: COMO EL ARTE (NO HAY NADA)

Escribe el Pulpo:

Hace un tiempo me asaltó la idea de que al blog le hace falta un poco de vida, de color, de variedad. Durante el curso de mis investigaciones y estudios, mientras revisaba la extensa documentación sobre el tema, encontré una imagen tan hermosa, tan delicada y tan profunda, que no puedo menos que compartirla con ustedes.

17 noviembre, 2006

Cap. 7: LA LUZ INTERIOR

Resumiendo: Había quedado en ir a consolar al Pulpo, cuyo hámster, Zenón, se había dado a la fuga, dejando no sólo a su dueño sino a la casa entera sin energía eléctrica (todo explicado y detallado en cap. 3 y 5). Y no es que tenga mucho tiempo libre, yo. Dos trabajos tengo (ver capítulo 2), y soportar al Pulpo, tres. Así que ese día que les estaba contando fue de mal en peor.

En mi primer curro (pasear perros) tenía que empezar con un perrito nuevo, Krugger, un Rottweiler simpatiquísimo. Lo había ido a conocer un par de días antes. Contrariamente a la fama de los de su raza, éste era una seda. Se enrrollaba en los pies de su dueño como un gatito. Se paró en dos patas (tenía exactamente mi altura) y me lamió la cara. Pude apreciar de cerca su cuello ensamblado con músculos gruesos y tensos como las cuerdas graves de un piano, sus colmillos delicados y todavía blancos. "Está a punto de cumplir tres, pero es como un cachorro todavía", confirmó el dueño. Hice la pregunta de rigor en estos casos, "¿Cree que puede ser agresivo la primera vez que venga?" "Para nada, en absoluto", respondió el hombre. "Acá están las llaves". Perfecto. No sé cómo será el asunto en los países donde estén leyendo esto, pero en Nueva York uno tiene las llaves de las casas y pasea a los perros mientras la gente está en su trabajo.

Así que dos días después ahí estoy yo, abriendo la puerta y llamando, "Krugger, Krugger", con mi voz de cordero. Debo agradecer a DIos, si es que está leyendo esto, el hecho de que yo tuviese mi mochila en la mano derecha y que la incomparable dentadura de Krugger atravesara sólo su tela y el CD player que llevaba adentro en lugar de mi húmero, mi cúbito o mi radio. Lo malo fue que la mochila cayó justo en el pequeño espacio abierto de la puerta, atascándola y haciéndome imposible recuperarla, sobre todo porque Krugger había puesto una garra sobre ella y me miraba mientras producía un sonido como el que nadie oyó desde que algún antepasado nuestro pasara los domingos dibujando búfalos en el techo de su caverna y apedreara a los leones que le arruinaban el césped.

Pero Krugger conocía su oficio. Seguramente pensaba en una ración extra de carne molida a la noche. Cada intruso aniquilado es un ascenso... Era un perro con ambiciones, no un advenedizo. Con un empujón que no pude contener abrió la puerta un poco más y sacó su cabeza al pasillo... después una pata... todo esto sin dejar de gruñir... Yo creo que a Teseo el asunto ese del Minotauro le fue más fácil... Yo no tengo a nadie que venga a embellecer mis acciones... Homero... Ovidio... todos farsantes. Esto que les cuento ocurrió tal cual.

Corrí escaleras arriba. Era mi única opción. Krugger había tomado posesión del pasillo. Logísticamente hablando no era ningún tonto tampoco. Seguramente había tenido entrenamiento militar. Quiero decir que, como era el primer piso y no había ascensor, técnicamente tenía el edificio bajo control. Nadie podía entrar ni salir sin pasar por su dominio.

Las siguientes cinco horas fueron lentas y dramáticas, pero pueden resumirse así: una chica que bajaba me encontró arrinconado en un recodo de la escalera. Le expliqué lo mejor que pude que no era ni vendedor ni consumidor de drogas y que la situación abajo era grave. Se entiende que yo no podía llamar por teléfono al dueño del perro porque mi agenda estaba en poder del mismo. Pensé en la cinta de Moebius. Me desvanecí. La chica me dejó pasar a su departamento, que compartía con otras tres. Eran todas pakistaníes. "Hay un león suelto ahí abajo", informó. (Supongo que entendió "wild lion" cuando le dije "rottweiler"). Prepararon té y nos sentamos a esperar, turnándonos para vigilar el pasillo, para alertar en caso de que alguien quisiera pasar. Debo decir que tomaron la noticia con bastante calma, salvo una a la que se le estaba haciendo tarde. Trabajaba en esa librería del Village, "Non-Imperialist, Non-Opressive Books"... Justo en esa...

Mientras con el resto hablaba del mundial de hockey y de Ali G, podía ver cómo la cara le iba cambiando de color... rojo... verde... negro. Abajo Krugger ululaba como un endemoniado y parecía haber descubierto dónde se guardaban las escobas y los líquidos para limpiar el piso. Me pregunté si sabría armar explosivos...

A la cuarta o quinta taza de té la chica no pudo resistirse más. "¡Esto es un típico producto de la sociedad machista!", explotó. "¿A quién se le ocurre tener un animal como ese si no es a un hombre?" Era cierto, el dueño era un rubio de esos que se miran al espejo mientras levantan pesas y juegan fútbol americano en la universidad. "¡Y hacía falta otro para dejarlo suelto!" Esto ya se dirigía a mí, me pareció. Me puse en guardia. La chica siguió gritando, "¡Habría que prenderle fuego!¡Habría que cortarle las bolas!"

Yo sé que hablaba del perro, pero cuando manoteó el cuchillo me levanté de un salto y abrí la puerta. Las amigas intentaban controlarla, pero la chica rebotaba contra el techo... ¡Era una bomba de tiempo! ¡Peor! ¡Un arma de destrucción masiva! ¡Un piso más abajo Krugger se reía! ¡Yo lo oí! ¡Me estaba esperando! Me resigné a mi destino y empecé a bajar...

En ese momento sonó la voz del dueño y hubo un silencio y el perro se metió en su casa y mientras yo explicaba todo lo que había pasado y el hombre me decía que no podía ser, que yo le había hecho algo al perro, Krugger se sentaba, se hacía el muertito y daba la pata. Le devolví las llaves. Ya no importaba. Lo dejé en manos de la vecina de arriba, que bajaba tronando como una Valkiria. Pero de esa historia ya no sé nada...

Más tarde, en mi segundo trabajo (en la cocina de un restaurante) también hubo dificultades, cuando una comitiva de empresarios japoneses (de la cual esperábamos una honorable propina) devolvió los platos intactos y se retiró, quejándose de que el pescado no estaba lo suficientemente crudo.

*************

Cuando finalmente llegué a su casa (viernes, 3 am) el Pulpo me recibió a oscuras y me dijo (su voz temblaba con excitación), "Ya está, lo tengo".
"¿Qué cosa?¿Zenón...?"
"No, no: tu blog. Ya está".
"Bueno, me alegro, Pulpo, pero tuve un día larguísimo...", yo ya olisqueaba la cama, se entiende.
"Es la fórmula perfecta...", insistió el Pulpo. Me había agarrado un brazo y no me largaba. Tuve que escucharlo. "Time, Gente, The Paris Review, el Güáshinton Post, la BBC, Gallimard, National Geographics, Penthouse, The Wall Street Journal... todo junto, pero más mejor".
"Genial", le dije. "Pero yo ya tengo mis propias ideas, ¿'tamos?" Me soltó. Busqué la cama a tientas. La ecuación era simple: Dormir = Felicidad.
La voz del Pulpo cruzó la habitación y hundió su pico en mi oído:
"Porque supongo que no te vas a poner a escribir sobre qué dura es tu vida, y las cosas tan interesantes que te pasan con tus perritos, sus pulgas y los clientes tan aristocráticos y fungosos de tu restaurante, ¿no?"
Debo reconocer que en ese momento... no sé, como que me desperté un poco.
"Obviamente no, Pulpo. ¿Cómo se te ocurre tamaña cantidad de aburrimiento?" Insistí con mi línea de defensa: "Entonces ¿Me puedo ir a dormir? Gracias".
"Nóu wéy, man. Me ayudás a buscar al Zenón. Así vuelve la electricitud y me conecto a la web".
El Pulpo suelto en la web. Un peligro, pensé. Seguro que empieza el blog sin mí y pone cualquier cosa.

Durante cuarenta minutos sacudí los mismos tres almohadones, rezando para que el hamster no apareciera. Al final, hasta el Pulpo se dio por vencido. "Me tendría que comprar uno de esos chanchos fluorescentes", dijo. "Para emergencias como esta... Uno o dos, mejor... Son románticos... No hay nada como cenar a la luz de un cerdo... De última lo hacemos jamón... ¿Será esa la famosa luz interior...?".
No contesté. Un alivio que Zenón no apareciese. "Ahora todo el mundo se va a apolillar y listo...", pensé. "Mañana veo cómo le impido al Pulpo que se apodere de mi blog y de mi vida. Ahora, a dormir..."
Abrí la puerta de la heladera para llenerme un vaso con agua y ahí, regalándose un festín de roquefort y mortadela, en perfecto estado de salud física, con su facultades mentales intactas y listo para volver a su trabajo, estaba Zenón.

El Pulpo sonrió y yo me hundí en las oscuras aguas del sueño.