27 enero, 2007

10. COMO RESOLVER EL PROBLEMA DE LA INMIGRACION ILEGAL

Naturalmente el Pulpo censuró mi post anterior. Dice que prefiere el acercamiento científico a la realidad, y para demostrármelo, estuvo entrevistando a un grupo de escritores (reclutando sería más certero – a través de mentiras y promesas vanas) de distintos ámbitos para que contribuyan a este blog creciente. La cantidad de emails con currículums (me informa, no sin cierto orgullo mezquino) que llegaron en estos últimos meses, pidiendo la posibilidad de colaborar, han saturado las 111 casillas de gmail que el Pulpo le reservó al asunto.

Entre nuestros nuevos colaboradores, uno de los más prestigiosos es el Dr. Julian Branson (Antropólogo, Psicólogo y Profesor de la Universaidad de Miskatonic, Massachussets, USA). Luego de los incidentes en el suburbio madrileño de Alorcón, y formando un eje con la interminable controversia en el país donde Julian Branson enseña (EEUU), el tema de la inmigración es más relevante que nunca y requiere de una solución rápida y efectiva.


COMO RESOLVER EL PROBLEMA INMIGRATORIO, por el Dr. Julian Branson


El desarrollo tecnológico ha alcanzado un grado de delicada especialización que ensancha no sólo el horizonte para la resolución de problemas, sino nuestra misma comprensión de los mismos. Por esto mismo la primera opción —una opción tan humanitaria como útil, y muy a tono con el siglo 21, en el cual me informan que vivimos— sería entrenar brevemente a todos los inmigrantes ilegales en la NASA (después de todo, ya son categorizados como “aliens”) y mandarlos a la luna, donde podrían emplear sus habilidades en la construcción de ciudades y ecosistemas de diversa especie, aptos para el hombre. Cuando llegue el momento en el que el resto de nosotros nos mudemos ahí —y ese tiempo llegará, ha sido predecido científicamente— entonces los enviaríamos a Marte, luego a Venus, etc, etc.

La segunda opción es más democrática —“democracia”, ese extranjero, griegoso concepto; me pregunto si deberíamos suprimirlo…— De todas maneras: involucra la búsqueda de un verdadero y legítimo “autóctno”, un “no-inmigrante” que pueda decidir el asunto objetivamente. En un principio pensé que un consejo de Afro-Americanos sería la mejor opción, a causa de su cercano conocimiento de los dolores y agonías a las que las minorías son sujetas en nuestra sociedad. Pero uno de mis estudiantes —un rosáceo, afiebrado muchachito de Texas— señaló que “ellos” habían sido “importados” poco más de cien años atrás y por lo tanto no pueden ser considerados legítimos no-inmigrantes. La población de ascendencia europea (“los directos descendientes del Mayflower, si se encuentran”) es la que debería decidir. Queda claro.

Nos pusimos a confeccionar la lista de nombres que conformaría un jurado objetivo, que diera en el blanco en esta materia. Y hubiésemos completado la tarea en menos de una semana, si nuestro Departamento de Estudios Antropológicos no hubiese recibido una carta en la cual estaba razonablemente bien explicado que eran indígenas quienes habían habitado esta tierra largo tiempo (cito: “hace un pedazo de tiempo”) antes que peregrinos y conquistadores zarparan en sus cáscaras de nuez. Por lo tanto el juez más imparcial que podríamos pedirle a la Madre Historia sería un indio. Excelente. Partí hacia la reservación más cercana, donde fui cálidamente recibido. Adquirí artesanías, bailé y fumé ciertas hierbas de nombre impronunciable hasta caer inconciente en un tanque de maíz (ésta y otras experiencias están recopiladas en mi libro de próxima aparición, “Lo que me dio a fumar Don Juan”.

Sólo más tarde descubrí que los “nativos” de América se habían infiltrado a través del Estrecho de Bering (habría que vigilar esa frontera), desde el nordeste de Siberia hacia Alaska, unos 30.000 años atrás. Así que los primeros habitantes de América fueron rusos. Acto seguido, consulté a un grupo de expertos que me reveló los movimientos y migraciones que tomaron lugar en los milenios previos. Parece ser que nadie en aquél entonces hablaba inglés (ni español, en todo caso). Debe haber sido un momento muy primitivo realmente. Muy indecoroso también. Pero todo se reduce, me dicen, a una pequeña tribu en Africa, hace unos 150.000 años, de la cual descendemos todos los humanos que hoy pisamos la tierra y volamos por el aire en aeroplanos, helicópteros y decimoterceros pisos de elegantes edificios.

Los fósiles humanos más antiguos fueron recogidos en Etiopía. Se trata tan sólo de un montón de huesos, sin color aroma, belleza o sabor (tuve ocasión de examinarlos “prima facie”). Sin embargo, para el ojo ejercitado del científico, la conclusión obvia es la siguiente: el juez más certero para el problema inmigratorio sería un etíope. No el presidente, ni ninguna de las autoridades, ya que cada uno de ellos tiene una agenda, intereses y motivaciones que son ajenos a este tema. En cuanto a la gente de las ciudades, siempre está ocupada, nerviosa, siempre procurando que su vida no se le escape. Esa falta de concentración la hace poco confiable.

Pero si hiciésemos un viaje hacia el interior del país y nos detuviésemos en alguna aldea a un lado u otro de, digamos, el río Omo —incluso un pueblito polvoriento y sin nombre será suficiente, ya que ahí encontraremos, entre sus más permanentes habitantes, sin duda, algún mercader cuya familia nunca haya abandonado el lugar; que durante 150.000 años se haya parado en el mismo pedazo de tierra y no sea extranjera de nada. Pero incluso él recibe, presumiblemente, de cuando en cuando, noticias del mundo, y por lo tanto todavía estaría predeterminado, inclinado hacia una posición un otra. No: el ser inmaculado que estamos buscando quizás sea el niño que hace los mandados; él no tendría prejuicios, él sería tan objetivo como una piedra, como un palo en el suelo. (Nota: probablemente convendría que fuese sordo y ciego.)

Y es a él a quien dirigirás la pregunta última: “¿Qué hacer con los inmigrantes en América, en España, dónde sea…?” No sientas desazón si titubea —éste es un asunto grave—, o si pierde sus astutos ojos maleables en una nube lejana y pregunta, “¿Qué es América?¿Qué es España?”. EL tendrá una respuesta al final.

Por supuesto siempre hay una chance —¿pero no son las leyes, así como los legisladores, elementos azarosos, también?— de que simplemente se encoja de hombros, diga, “Mándenlos a la luna”, y se aleje trotando. Motivo por el cual, de las dos opciones mencionadas al principio, nos queda sólo una, validada por nuestro riguroso análisis científico.

Post Scriptum: Desde que publiqué por primera vez las conclusiones de nuestra investigación, he recibido innumerables llamadas, emails y cartas, por los cuales estoy agradecido. Entre la gente que escribió, hay algunos que sostienen que todos somos extranjeros en la Tierra, que todos somos descendientes de pequeñas creaturas oceánicas. Pero la idea de ser un pez aleteando en el agua fría es muy incómoda y, por lo tanto, no puede ser verdadera.

Dr. Julian Branson para pulppo.blogspot.com

14 enero, 2007

Cap. 9: MEXICANOS EN EL CIELO

Ahora que es invierno y hace frío, encontré esta nota escrita en el verano:

En el subte habia un mejicanito con una portorriqueña. Y el mejicanito le decia si le podia dar un beso (estaban juntos, se entiende) y la porto (que le gustaba hacerse la cocorita) se largaba unas parrafadas tipo: "Tu eles como tolos los homble'. Yo estoy contigo y somos amigos, y entonces están los que cleen que todo pasa así... pol alte de magia. No me gusta que me plesionen... Tiene' que aplendél a lespetal a las pelsonas", etc., etc.

Y el mejicanito la miraba desde atrás de sus anteojos azules, y sonreía con una de esas sonrisas mejicanas que quieren decir que no están escuchando un pomo lo que les decís (como cuando en los restaurantes preguntas si te pueden hacer el chocolate con leche, y te dicen que sí, y te lo traen con agua igual) — y entonces, cuando la otra paraba de cotorrear, el mejicanito agarraba y le decía de nuevo: "¿Me das un beso?"

Y la otla empezaba otla vez con su despliegue de eles y de molal y buenas costumbles, y así hasta la playa en Coney Island, que es como el infierno, el purgatorio y el cielo de Dante, todo junto, donde cada persona hace una cosa sola, infinitamente, y esa cosa define lo que es... Por ejemplo yo traté de barrenar y la malla casi se me sale porque no tiene cordón. Y después intenté de nuevo.