21 abril, 2006

Capítulo 1: LEY DE MURPHY, NUEVAS APLICACIONES

Todas las personas infelices son infelices de la misma manera; todos las personas felices, son felices cada cual a su modo. Por ejemplo, aquella tarde yo era feliz por la azarosa combinación de no tener que trabajar en horario nocturno y de llevar un par de zapatillas nuevas bajo el brazo, golosamente saboreando el final de mis callos, fungosidades y talones ampollados. Pero todo terminó, ay, muy rápidamente.

Estaba casi llegando a mi casa cuando los detecté. Los había visto una o dos veces, probablemente en alguna de esas fiestas insondables que fabrican mis amigos, pero no los conocía. Se movían en grupo, imposible definir el número, ruidosos, ajenos a todo lo que no empujaran o aplastaran con el pie. Quise hacerme el distraído, pero muy pronto una mano y después otra me pesaron sobre el hombro.

"¿Por qué no hacés un blog?", me dijeron. "Dale, hacé un blog, todo el mundo tiene un blog, un blog es lo más".

"¿Un qué?", pregunté.

"Un blog", explicaron, "uno de esos cosos que escribís en internet". Me confundí por un momento, pensé que era una propuesta.

"Y... ¿cuánto pagan?", me descolgué. Se rieron.

"No, plata no hay", dijeron, "pero ponele que contás tu vida, las cosas que te pasan, a todos nos pasan cosas ¿no?" Asentí con reserva.

"Bueno", siguieron, "entonces ponele que hoy, no sé, te levantaste y el precio de la manteca aumentó. Entonces agarrás y hacés un berrinche ahí, por escrito, y te desquitás todo lo que querés. Si estás deprimido, los deprimís a todos. Si estás enojado porque el tren vino tarde, vas y puteás ahí, contra el estáblishment. El blog es la libertá ¿entendés?, la libertá misma. Así que vas a hacer uno".

Hubo un silencio incómodo en donde esa última frase se hizo casi visible y palpable: las palabras cambiaban de forma mientras su sonido se deshacía en el aire, como pedazos de humo. Poco antes de desaparecer por completo les crecieron dientes, lo juro.

"Por ejemplo", dijeron, "hay uno que escribe sobre las minas que acuesta; pero después hay otro de una tipa que se queja de los hombres, y da consejos de cómo vengarse de los ex-novios ¿entendés?" Lo explicaban extasiados, como si me estuviesen mostrando un animal mitológico. Aunque, pensé, si tuviesen adelante suyo un unicornio, probablemente le pondrían "Winner" y lo venderían en el hipódromo.

"Después hay como mil que comentan las noticias de los diarios, las revistas..." Empezaron a enumerar con los dedos, pero después del dos se atoraron y cambiaron de tema. "O hablan de la música, de las películas, de lo que se les cante ¿entendés?"

"Es una gansada", interrumpí.

"Callate", dijeron: "El punto es que das a conocer tu vida, hacés oír tu voz—"

"No tengo tiempo", dije y empecé a caminar. La puerta estaba a escasos diez metros. Me cortaron el paso, había enojo en sus maniobras.

"¿Quién sos vos para no tener un blog? ¿No sos habitante de este mundo, vos, acaso? ¿No tenés el mismo derecho que todos los demás? ¿Quién te creés que sos para hacerte el no importante, el marginado, el segregado? Vas a hacer un blog. Es hora. Es el momento. Así de simple."

Ni loco, pensé. "¿Para qué? ¿Un blog para qué?"

"Para nada", dijeron, "para hinchar las pelotas. Un blog, man, un blog, no importa para qué, no importa qué, a nadie le importa qué".

"Si a nadie le importa 'qué', entonces ¿para qué cuernos me voy a poner a hacerlo?", pregunté. Me miraron desconfiados.

"Vos escribís ¿no? Vos sos escritor ¿no?". Pusieron un dedo en mi pecho. Apretaron. De esa pregunta ví colgar un hilo con algo turbio en el fondo. Claro, yo les había pasado dos o tres cosas a mis amigos para que leyeran; sobre todo a mis amigas. Hazte fama... Después por todos lados se jactaban de conocer a uno que escribía. Para quedar bien, me señalaban en los bares, en las reuniones, en las casas de repostería. Yo —el tímido, el humilde— negaba con la cabeza y proponía una sonrisa estudiada, una negación de la negación. Ahora esa confianza ociosa que tenían en mí se había dado vuelta, había viajado hasta gente extraña, distante.

"Sí, claro, claro", respondí. "Quiero ser... escritor..." No fue suficiente. Se miraron. Intenté explicarme. "Pero todavía no veo pará qué hacer un blog—" Me cortaron en seco.

"Para nuestro deleite", dijeron con acidez. No tuve respuesta. "Nos aburrimos", agregaron. Empezaron a alejarse, se dieron vuelta y, con la lentitud de un veneno, gruñeron, "Si no hacés un blog...", y se pasaron un dedo por el cogote, un dedo afilado y con premoniciones de cuchillo.

***

Escritor, escritor. Subí al departamento, fui hasta el cajón. Conté: 23 poemas y 3 cuentos. Uno sin terminar. Esas ridículas 36 páginas me habían mantenido en marcha durante tres años; pero ahora el motorcito empezaba a toser, a pedir combustible. No sé cuántas horas me pasé desmontando y rearmando las navecitas del Lego (me ayuda a pensar) sin que nada se me ocurriera. No podría escribir un blog ni aunque de eso dependiera mi vida, lo cual probablemente sea el caso.
Me acordé de una de las citas del Pulpo. Al Pulpo le gusta citar en caliente, mientras las cosas suceden. Siempre tiene una cita lista, lleva los libros adentro. Una de sus favoritas es esa de Nietzche: "Lo malo del desierto es quedarse sin nafta, brother". Nunca la verifiqué.

(Continuará...)

2 comentarios:

Roberto Taddei dijo...

Y che, entonces que tenes um blog! Te adelanto, em bom portuñol, que me encanto leer las nuevas aplicaciones de la ley de murphy.
Espero la continuación.
Congratulations!

Martín Monreal dijo...

Uy, apareció Mannchang, el chino obsceno. No se puede escapar de este tipo. Qué lo parió...